viernes, 29 de febrero de 2008

Ella escribe

Y es una de las mujeres más felices que he visto.

miércoles, 27 de febrero de 2008

De los hilos vueltos cosas

Todo empezó con los hilos de estambre y el resorte intercalado, nació como cualquier calcetín lo hace. Desde que estaba en la máquina hiladora era muy ambicioso, soñaba en guardarse dentro de un zapato italiano (por lo menos), envolviendo un pie limpio, delicado, sin callos, sin hongos pero, sobre todo, sin ojos de pescado porque aún sin conocerlos los imaginaba repugnantes.

La ilusión empezó a derrumbarse cuando lo pusieron junto a su hermano gemelo, eran muy parecidos más nunca iguales. Sigfrido era perfecto mientras que Anastasio tenía un pequeño hoyo a la altura del talón, detalle que los hizo terminar en un rincón de saldos.

Justo cuando acababan de llegar al botadero, una mano tosca y sucia que parecía esperarlos los sacó del montón (el sueño del zapato italiano se había desvanecido, aunque en el fondo Sigfrido tenía la esperanza de ser lavado a mano, claro está, previo remojo en agua tibia y champú o, por lo menos, jabón de baño).

La pesadilla comenzó el día en que Fabián estrenó sus calcetines, eran las cinco de la mañana, mala hora para enfrentarse a un verdadero ojo de pescado, la impresión fue devastadora, después el sudor que lo empapaba, la tierra que lo endurecía y esa prisión de zapato maloliente, el día... eterno.

Necesitaba respirar después de tantas horas, estaba ya mareado, con nauseas y ascos —de no ser varón, parecería embarazado— sin exagerar: ¡al borde de la histeria! En eso estaba cuando por fin el aire lo inundó, lo mismo que la luz.

Fabián sin el menor cuidado se quitó los calcetines y los botó en el suelo. Sigfrido al contrario de enfadarse se sintió feliz, liberado. Martha se agachó a recogerlos pero Fabián la detuvo: “Déjalos mujer, todavía me aguantan otra puesta” ¿Otra?, ¡otra! Sigfrido, tan pulcro, se quedó impávido, protestó y protestó hasta caer dormido.

Amaneció, estaba de muy mal humor, refunfuñaba mientras que Anastasio reía como loco: “Te ríes porque sabes que esto es culpa tuya y de tu estúpido hoyo, de no ser por ti a estas horas dormiría limpio y con calcetines de seda”, Anastasio, sin parar de reír se permitió hablar: “Ay, ay, ay no exageres, ni que fueras tan fino”. Sigfrido sintió que los hilos se le revolvían del coraje, pero sobre todo del asco cuando Fabián le metió el pie.

Ese día fue aún más insoportable que el primero. Por la noche, después del trabajo obligatorio, Martha se encargó de los calcetines (estaban más duros que dos trozos de cartoncillo) ¿Y cómo no? Con 48 horas de uso y acelerador, freno, acelerador, freno, ¡qué fastidio!

Cuando cayó en la tina de ropa sucia Sigfrido chiflaba contento, se había olvidado de todo, hasta del ojo de pescado. A su lado estaban las pantimedias quienes coquetas le lanzaban tronados besos, él, apenadísimo, en lugar de corresponderlas se escondió entre la playera de lunares.

El silbido terminó cuando las prendas empezaron a caer dentro de una gran boca con dientes en forma de aspas, Sigfrido desesperado se aferraba a los bordes, la playera de lunares lo tomó con ternura de la punta, de inmediato el pantalón de mezclilla, bastante molesto, jaló a la playera, ésta se sacudió al tiempo que decía: “Suéltame, ya estoy harta de tu absurda conducta celotípica”, el pantalón de mezclilla cayó dentro de la boca metálica, entonces la playera de lunares le dijo a Sigfrido: “No pasa nada chiquito. Ya verás que al salir te sientes otro”, él no escuchaba, seguía prendado del borde, pero Martha sin corazón y sin miramientos lo arrojó a la lavadora, primero el agua fría, luego un puño de detergente.

Sigfrido se retorcía como gusano: “Me pica, me pica”, mientras que la tanga negra lo envolvía y le susurraba provocativa: “Disfrútalo nene”. ¿Disfrutarlo? ¡Cómo! Era necesario que alguien le explicara cómo disfrutar una experiencia tan caótica... vivía el desastre, en medio de ese huracán todos se ahogaban, se hundían unos a otros por conseguir un poco de aire —como náufragos perdidos en el océano—. Se veían… no se veían, de la orilla a las aspas, de las aspas a la orilla. Y el desquiciado del pantalón que aprovechaba la menor oportunidad para intentar ahorcarlo con su larga pierna, sólo porque la playera de lunares había confesado su amor por Sigfrido, ¿amor?, ella siempre se enamoraba de todos, no distinguía prendas, colores, texturas y mucho menos marcas.

Después vino el ciclo de secado: un remolino, Sigfrido sentía cada vez más tenso el tejido, con cada vuelta se hacía más y más pequeño. El remate fue el tendedero, le apretaba como si quisiera reventarle la costura, estaba tan cansado que ni notó las insinuaciones de las pantimedias, que aprovechaban el viento más ligero para llegar hasta él y acariciarlo, ¡y qué decir de la tanga negra a su lado! Él sólo deseaba dormir en un cajón, y así, colgado bajo la luz de la luna se quedó dormido.

El calcetín despertó hasta que Martha doblaba la ropa. Sigfrido encogió tanto como el hoyo de Anastasio había crecido; Martha furiosa los apretó con el puño y le dijo a Fabián: “Te he dicho que no compres porquerías en los saldos... ve en lo que se ha convertido tu ahorro. ‘Lo barato sale caro’ y lo sabes”. Sin soltar los calcetines sacó unas tijeras del delantal y empezó por cortar a Sigfrido que derramaba lágrimas y sentidos: “Ayy, ayy, ayy...”. “Te advierto que no estoy dispuesta a seguir haciendo cojines con las porquerías que compras, ¡quedan durísimos caray!, y un par de tus baratas cuesta lo mismo que medio kilo de esponja”.

De Sigfrido no se supo más, pero desde donde esté quizá lo que más valore sea no tener que soportar los ojos de pescado (que realmente son repugnantes), en especial los de Fabián, que no sólo se multiplican sino que crecen día con día.

jueves, 21 de febrero de 2008

Sueños ponchados

De haberse llamado Edson o Diego quizá le hubiera sido más fácil creer que estaba destinado, pero no, y aún así el deseo de Emilio era tan intenso que dios se lo tendría que haber concedido; si no por el mérito, sí por la persistencia de la intención. El suyo no era un sueño fugaz: era recurrente. Lo asaltaba en las mañanas y en las noches, era un presente continuo.

Quería ser futbolista, pero no uno cualquiera: anhelaba convertirse en estrella, consolidarse como un crack, por supuesto, gracias a la magia de su toque y a sus incontables habilidades y convertirse en el mejor 10 de su generación, lo que por lógica lo llevaría a ser codiciado por los mejores equipos de Europa o Sudamérica y, ¿por qué no?, a la pantalla chica y los espectaculares que abundan en el paisaje urbano: hacer comerciales de detergentes, desodorantes, pomadas para los pies o ropa deportiva y hasta tener un club de fans.

Quería creer cierta la frase: “ten cuidado con lo que deseas porque se puede hacer realidad”, aún más, necesitaba que se volviera una sentencia para su vida; pero sabía que sólo un verdadero milagro podría producir la materialización de su anhelo. ¿Por qué? Había una larguísima lista de razones pero bastará con mencionar algunas.

Para empezar tendría que convertirse en otro él, uno diferente, muy distinto… así tal cual no tenía posibilidades pues era todo lo contrario a un deportista y, por tanto, a un futbolista profesional. Su estructura no se caracterizaba precisamente por sus cualidades físicas o atléticas, de hecho era pequeño y por demás redondo; aunque a pesar de ello podía correr rápidamente y volar grandes distancias, eso sí, con una ayudadita.

Pero bueno, no tenía posibilidades de tomar un balón con los pies, amagarlo, pisarlo, marcar el ritmo, el tiempo y la dirección del juego, a él más bien le correspondía seguir dicha dirección, ni modo. Así que ni hablar de hacer jugadas de estrella: fintas, túneles, caracoleos, goles de oro o de media cancha.

Esa era su naturaleza y su naturaleza volvía al sueño inaccesible, aún así no podía evitar desear ser, tan sólo por noventa minutos, el personaje más odiado y amado de la cancha, de los veintidós en pugna, teniendo como marco un estadio a reventar donde, al unísono, cientos de miles de voces gritaran su nombre. El sólo hecho de imaginar esa situación lo invadía de algo muy parecido a la emoción, hasta que volvía a la realidad y entonces algo parecido a la tristeza lo llenaba más que el aire de su interior.

A veces en la vida el momento llega y a Emilio le llegó; aunque no era la realización literal de su sueño, participaría en uno de los partidos más importantes de la liga de su país. La noticia le llegó unas pocas horas antes; se sentía muy nervioso y temía equivocarse, hacer un mal papel. Aún así se armó de valor y salió a la cancha; era el minuto 35 del segundo tiempo y ya estaba algo mareado de tanto girar y correr; entonces sucedió la magia, el 10 del equipo local recibió pase del guardameta; el jugador parecía dirigir al balón en la carrera como si hubiera una fuerza magnética o una conexión especial entre sus pies y el esférico, así el delantero esquivó a varios jugadores que salieron al encuentro, burlados uno a uno, entre impresionados (de ese poder entre hombre y balón) y molestos, tomaron impulso y corrieron tras el delantero que ya no paró hasta tirar al arco, la fuerza de la patada fue tal que Emilio se quedó sin aire, de plano ponchado y eso que no estaba en un partido de béisbol.

Entonces más de la mitad del estadio al unísono gritó GOOOOOOOOOOOOL, Emilio, ya muy vacío, desde el fondo de la portería podía mirar a la gente eufórica o molesta y sintió por fin lo que tanto había anhelado, aunque claro, el nombre que gritaban no era el suyo sino el del 10 que superó a los once contrarios; al final eso no le importaba, sabía que para ser un balón había llegado muy lejos tan sólo por haberse permitido soñar, el aire finalmente le volvería al cuerpo claro está, después de ser parchado.

Mejor quiero ser Olivia


miércoles, 20 de febrero de 2008

¿Y si el hombre ideal es de piedra?


¿Por qué le escribimos a la Luna?

Hace millones de años existió en la galaxia un lugar cuya especialidad lo hizo famoso, lo más atractivo eran los ingredientes secretos, un delicioso misterio. Saturno era el dueño, le sacó partido a sus anillos utilizándolos de barra; alrededor de él se sentaban famosas estrellas, destacados asteroides, cometas de moda, codiciados planetas y alguno que otro satélite perdido.

Todas estas personalidades del cosmos eran atendidas por Marte y Júpiter mientras que Neptuno cobraba en la caja el cotizado polvo de estrellas. La excepción no podía ser la pareja del momento, Venus y Sol, eran de los clientes consentidos y es que Sol en cada visita por lo menos repetía cinco veces el mismo platillo (no por nada creció tanto en cinco mil millones de años).

Un día cuando Sol acababa de terminar la segunda ronda, entró Luna del brazo de Mercurio, Luna lucía una argolla de compromiso en la punta, todos comentaban el futuro enlace tan disparejo. Mercurio, además de feo, era un pesado, nadie lo soportaba, ella amable, negra y hermosa definitivamente no era para él. Todas las miradas se clavaron en Luna, aún la de Sol, ni siquiera los reclamos de Venus consiguieron que le quitara la vista de encima; Sol sentía como algo extraño se le agitaba adentro, su corazón se inflaba y desinflaba de emoción, el dorado de su piel se hizo intenso. Sin pensarlo estiró sus rayos hasta tocar a Luna, entonces el negro cambió a plateado espejo, todo se inundó de luz en medio de una lluvia de chispas, verdadero amor a primera vista.

Mercurio moría de la rabia, para Luna él ya no existía. “¿Qué puede tener ese güero panzón que no tenga yo?”, se preguntaba. Venus, por su parte, también rabiaba. Ella tan hermosa, tan perfecta, y el tonto de Sol así como así se atrevía a cambiarla por una insignificante satelitucha... “Pero esto no se queda así, Sol me la paga y ésa también”.

Sol y Luna pasaban el tiempo alejados de todo en un eclipse eterno. Poco a poco las cosas cambiaron, Sol salía muy seguido, inventaba todas las excusas para no llevar a Luna con él; ella se quedaba deprimida en casa, estaba ya en cuarto creciente tal vez de tanto comer meteoritos, a veces sentía como algo se le revolvía en la panza, y seguro no eran las tripas, ese algo daba patadas. Luna engordó y engordó hasta que se puso llena.

Venus aprovechaba para reconquistar a Sol, él no hacía más que coquetear un poquito con todas y lanzarle de vez en cuando un rayo a Venus que la hacía estremecer. Urano, el mejor amigo de Mercurio, no
dejó pasar la oportunidad de decirle a Luna que Venus y Sol se frecuentaban a menudo, que juntos visitaban los mejores lugares y que se les veía muy contentos: “Querida, recuerda que ‘Donde fuego hubo, cenizas quedan‘”. El nombre de Venus retumbaba en la cabeza de Luna, creyó cada palabra que Urano le dijo, por lo que herida decidió alejarse de Sol.

Mercurio, nada tonto, se interpuso entre ellos. No había momento en que no le suplicara a Luna que volviera con él, Luna no lo soportó y se alejó aún más, entonces llegó Venus, de ella dependía hacer la separación definitiva, Sol ya le había pedido que se alejara para que Luna volviera, pero Venus no iba a permitirlo. Luna se hartó de la situación y terminó poniendo Tierra de por medio.

Sol no supo a ciencia cierta lo que había perdido, hasta el día en que después de unas fuertes contracciones Luna se rasgó a la mitad, de ella como cascada brotaban los seres humanos que caían sobre la Tierra. Sol y Luna se miraban desde lejos, con tristeza porque en adelante sería muy difícil volver a estar juntos y con alegría porque al final su amor se había materializado.

Desde entonces los seres humanos estudiamos a los astros, esperamos la primavera, nos deprimen los días nublados, buscamos el Sol en verano, le escribimos poemas y canciones a la Luna, nos amamos debajo de ella, soñamos con alcanzarla y esperamos con emoción todos los eclipses porque en el fondo sabemos que significan la unión de nuestros padres y la más larga promesa de amor eterno.

martes, 19 de febrero de 2008

¡A despertar!


Dos en el exilio

Él
Está sentado sobre la arena que se amolda a los huesos, el viento sopla fuerte y a su paso sólo deja un silbido. Un grano diminuto se le clava en el ojo y le recuerda que existe. Se duele, una lágrima corre, respira y está vivo.
Ella
Mira la tranquilidad del mar y piensa: “Quizá eso es ser imperturbable”, la marea no tiene prisa, respira y los pulmones se hinchan de un aire tan limpio como el cielo que está vacío de nubes, respira sin saber que existe, sin reconocer el vacío.

Él
Escribe un mensaje en la piel de una botella de plástico y la lanza al mar, la mira alejarse hasta perderse: espera, espera...
Ella
Descubre un destello en el agua, uno diferente a los provocados por los efectos del sol sobre los cristales de sal... observa con cuidado, una botella de plástico se asoma por completo y brilla como si fuera hecha de otra cosa, pero ella la descubre y le da la espalda, mientras camina piensa: “Las botellas no se tiran al mar”.

Él
Nada sucede, así que una mañana decide seguir el camino de la botella... aunque no lo sabe de cierto, aunque no es capaz de trazarlo, lo intuye. Se hace a la mar en una barca intentando alcanzar una tierra distante, busca algo y no piensa detenerse hasta encontrarlo. El timón en las barcas no existe, el timón es una imagen.
Ella
Lo planea mucho, días y noches sueña con una escapada larga que la deje sin aliento, lo único que busca es pasar de lo que se ha vuelto su vida. Vuela lejos, lo más lejos que su imaginación le permite llegar en el mapa y, cuando alcanza la coordenada, comienza a extrañar el otro lado del mundo.

Él
El viaje comienza desde que cierra la puerta de casa, ese primer movimiento abre todas las posibilidades.
Ella
Siente que el viaje inicia en cada destino, el camino le parece una cápsula aislada, como el intermedio necesario entre primer y segundo acto.

Él
Se entretiene observando a las parejas enamoradas, cree en el amor, esa idea llena de sentido el movimiento mecánico de los pulmones que al expandirse y contraerse le dan la vida. Las manos entrelazadas de los otros se convierten, a sus ojos, en certeza de futuro.
Ella
No puede evitar enfadarse al ver las bocas unirse, desvía la mirada pero, con otros ojos, ve los dedos de diferentes manos atraparse como si así lograran no perderse. Perdidos están, por eso ella no espera encuentros.

Él
Cada cosa nueva que ve lo sorprende, aún puede emocionarse como cuando hace mucho, mucho tiempo, comenzaba a descubrir el mundo. Él anda las calles nuevas mirando los rostros, desea encontrar una chispa, el indicio que le diga: “Aquí está aquello que tanto buscas”.
Ella
Ciudad tras ciudad y nada la conmueve, y nada la emociona. Anda los nuevos caminos y tiene la sensación de que nada le es ajeno, quizá la falta de sorpresa es sólo consecuencia de que sintió la novedad antes de vivirla. Ella siempre se anticipa.

Él
Vive cada cosa como parte del viaje: cada persona, lengua, lugar. Sentarse a fumar o pasar las horas en el asiento de un tren son piezas que conforman un todo, eslabones que lo llevarán a alcanzar su fin.
Ella
Percibe lo que sucede como la suma de momentos fragmentados, inconexos... cuando llega a un punto, ya necesita partir al otro.

Él
Aunque es vencido con facilidad intenta luchar por no quedarse dormido, quiere tiempo para pensar, para ver correr en la mente los anhelos, para darles forma, para creerlos ciertos, pero sólo basta con que ponga la cabeza en la almohada para que empiece a soñar...
Ella
No logra dormirse, piensa que es el café por haber crecido en otra tierra, piensa también que es el cambio de horario... piensa mucho pero ya no sueña, es quizá por eso que ese mundo, el onírico, se rehúsa a tocarla.

Él
Viaja sin libros y con una maleta vacía.
Ella
Anda de destino en destino con una maleta llena de cosas, le duelen los brazos por cargar, le pesan los libros que, sin embargo, la acompañan, necesita que las letras de alguien le muestren mundos distintos, no alcanza a ver que el viaje la ha llevado a un mundo paralelo, parecido a los de los libros.

Él
Despierta ansioso por salir a la calle y optar por un camino, piensa que tendrá suerte, que cada día está más cerca el final de la búsqueda. Mientras ese futuro se hace presente concibe cada momento como parte del encuentro.
Ella
Despierta feliz porque resta los días, cada vez está más cerca el otro lado del mundo donde el agua sabe a agua y ella se siente segura.

Él
Cada día se siente más parte de todo, más ingrediente del caldo primigenio de la vida. Los ojos le quieren estallar por el asombro, sufre terremotos internos.
Ella
Se asusta por su indiferencia y comienza a sospechar, deseando equivocarse, que eso es su dolor primigenio disfrazado de otra cosa.

Él
Está fascinado: los ojos, las piedras, los acentos, las formas... Entra en los sitios atiborrados, se une a la coreografía de los cuerpos y, de inmediato, hace contacto. La búsqueda lo mantiene en permanente éxtasis.
Ella
Evita todo lo humano, no soporta que la toquen... se saturó muy pronto. Busca lugares solos donde no pueda ser tocada ni siquiera por un par de ojos.

Él
Está tan absorto en lo nuevo que casi se olvida de que tiene una vida en otra parte, no se da cuenta de que habita una realidad paralela y, si lo ha hecho, no le importa, sólo respira y sonríe.
Ella
Está aburrida, siente como si hubiera apretado un botón que la puso en pausa, que la expulsó de la vida. Desea encontrar el modo de revertir el proceso, de regresar a ser.

Él
Algo le crece adentro, sabe que, después de mucho, le ha llegado el tiempo de darse entero.
Ella
Como siempre se anticipa lo ha dado todo aún antes de encontrar a quien, por eso nada crece en su interior, o sí, el vacío.

Él
Busca en las paradas, las salas de espera, las calles frías, los trenes y, aunque el desaliento le llega de a poco, la esperanza es más fuerte.
Ella
Sólo atina a ver para adentro, ya ni siquiera evade los ojos de otros... no los percibe. Cruzó los brazos y se cerró entera.

Él
Sonríe a pesar de todo.
Ella
Intenta llorar pero ni eso puede.

Él
Aunque no ha encontrado sino pequeños hallazgos, cree que todo: cuerpos, piedras, edificios, voces, silencio... es verdad.
Ella
Ha llegado a no saberse cierta, ¿será que en realidad es ella al otro lado del mundo?, o esa idea es sólo un soporte que refuerza la “gran mentira”.

Él
La reconoce en cuanto la mira y siente como cuando se encuentra la ecuación que resuelve el problema: la redondez de los ojos, el cabello enroscado, los centímetros exactos. La mira y la sabe, está hechizado y alaba su suerte.
Ella
Lo mira acercarse horrorizada, piensa que es otro encantador de serpientes, no quiere mirarlo y volverse piedra, no puede paralizarse.

Él
No piensa dejarla ir, corre, la llama, intenta explicarle...
Ella
No piensa dejarse atrapar, pide auxilio con gritos inaudibles, corre, no escucha.

Él
Nunca desistió.
Ella
Escapa aún cuando está entre sus brazos.

lunes, 18 de febrero de 2008

Quiero ser una vaca linda y feliz que pasta y se baña


La calle de los Doradores (fragmento)

Tengo ante mí las dos páginas grandes del libro pesado; levanto de su inclinación sobre el pupitre viejo, con ojos cansados, un alma más cansada que los ojos.
"Fernando Pessoa"