Lágrimas de luna persona que brotan de la honda herida del infinito de un cuerpo. Herida que sangra en el torso, justo en el lado izquierdo, y supura agua de luna y tristeza, mientras la luna persona parece deshabitada, perdida en un laberinto de recuerdos que se niegan a volverse olvido y no sin razón porque, ¿a quién le gusta ser olvido? o, mejor dicho, ¿ser olvidado?
Las lunas persona lloran su experiencia y se lamentan de lo doloroso de su menguar, del cuarto creciente, de volverse llenas. Se duelen del ciclo, de los giros interminables que les provocan primero náuseas y luego las hacen vomitar.
Lunas persona que se consuelan pensando que todo tiene una razón, un por qué y un para qué, que se sostienen para cumplir un destino y hacer uso de las “ayudas invisibles” como si al Universo le importaran las lunas que sangran y lloran. Como si Dios se preocupara de su pequeñez, de su memoria o su vacío. Pobres lunas persona, tan heridas, tan solas, tan vulnerables... pobres lunas danzantes que inventan sentidos sólo para ser satélite, al menos, un día más.
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